jueves, 26 de abril de 2012

Eduquemos nuestras obras

Hemos terminado de escribir nuestra obra. Nos detenemos orgullosos a releer la última frase. Ya no nos entran ganas de llorar, porque eso ocurrió al principio del final, cuando el desenlace tuvo lugar en la matriz creativa, cuando descubrimos para nuestra sorpresa cómo iba a acabar todo.
Tenemos dentro la euforia de todos los campeones del mundo de la historia del deporte, o mejor, la de una madre cuando contempla a su bebé recién parido. Sin embargo, en ese momento, decidimos no educarlo nosotros. Nos lo llevamos a casa, como en régimen de acogida, ponemos fotos suyas en la prensa y hacemos campaña entre conocidos y desconocidos buscando un pretendiente de padre que lo saque adelante. La razón es muy sencilla. Pensamos que nuestro hijo merece más, que otros explotarán más sus potencialidades, que con ellos llegará más lejos. Nos empequeñecemos hasta hacernos diminutos contemplando a nuestro hijo, al que concebimos, gestamos y parimos, con la ilusión agarrada a las vísceras. Y él nos mira sin comprender nada. Prodigamos sin descanso sus bondades y virtudes, o buscamos la mirada cómplice de todo aquel que lo conoce, a ver si alguien cree en él, confía en él y se lo lleva. Y confiamos en que, en el mejor de los casos, cuando nuestro hijo crezca y sea célebre, porque otros apostaron por él y corrieron los riesgos, porque eran más ricos, porque eran más fuertes, tendremos nuestro lugar en la foto y podremos decirle al mundo: somos sus padres.
Pero ese caso, el mejor de los posibles, es tan extraño, tan infrecuente, que lo más probable es que pasemos la vida intentando convencer al mundo de que nuestro hijo es digno de ser adoptado y tener un buen mentor, mientras ignoramos su crecimiento, sus progresos, el cariño que nos reporta, la atención que nos dedica.
Y pasamos por alto que, si realmente queremos lo mejor para él, que llegue a lo más alto, debemos empezar por recorrer con él las primeras etapas del camino, defenderlo a capa y espada con los hechos y no sólo con palabras, demostrarle que puede contar con nosotros, que nunca le fallaremos, no nos avergonzaremos de él, que nunca lo ocultaremos a los demás ni lo venderemos al mejor postor o al más rápido.
Releemos orgullosos la última frase. Hemos terminado de escribir nuestra obra. Queremos lo mejor para ella, y lo mejor nunca será confinarla en un cajón bajo llave, acaso para siempre.

lunes, 23 de abril de 2012

Feliz Día de las Historias

Hoy, Día del Libro, debiéramos celebrar el milagro que éste contiene y sin embargo cada vez estoy más convencido de que lo que veneramos es su forma. Pero con forma no me refiero tan sólo a su estructura molecular, ni a su estética, sino también al ritual que lo envuelve, desde su adquisición a su mera contemplación, pasando, obviamente, por el de la lectura.
Sin embargo, para mí al menos, el Día del Libro debería ser en realidad el día de las historias, y si así fuera todos los hombres y mujeres de este mundo podrían hacer suyo un capítulo al menos. La oralidad, fuente inagotable y ancestral de literatura, parece marginada en un día como hoy, como si celebráramos el cumpleaños de un niño sin invitar siquiera a sus padres, ignorándolos.
La magia de lo que ocurre se fundamenta, sobre todo, en la veracidad que se insufla a lo que no ocurre, del mismo modo que los sueños pueden a veces explicar nuestra vida, mostrarnos las claves, indicarnos el camino.
Los sueños también deberían ser hoy celebrados, porque incluso aquellos humanos que mueren antes de pronunciar una sola palabra han soñado alguna vez, han disfrutado de una buena historia.
Pasar las yemas de los dedos acariciando las palabras escritas, como si pudiéramos leer en Braille las ilusiones y desesperanzas de su autor, trascendiendo el mero acto lector, nos coloca tan cerca de los grandes escritores de la Historia que es fácil ceder a la tentación de perfumarse con aroma de imprenta, de librería vieja, no para venerar la forma, sino para celebrar el milagro convirtiéndonos en libros.
Que es lo que somos, al fin al cabo. El Día del Libro es el día del Hombre, con mayúsculas, o de la Mujer, con mayúsculas, es el día del Viejo y del Recién Nacido
Hoy mi hijo, que la semana pasada cumplió un año, ha recogido su carnet de la biblioteca y, sin saberlo, ha escrito un importante capítulo de su Libro, con mayúsculas. Recorriendo las estanterías de la sala infantil, mientras él las vaciaba emocionado arrojando los libros al suelo, he releído varios del mío, capítulos cortos e intensos.
Hoy el libro ha sido un rayo que atravesaba mi vida, desde el prólogo hasta un epílogo que no escribiré. Que, con suerte, acaso escriba mi hijo.
Feliz día de las Historias, con mayúsculas. Feliz día de los milagros que contienen las páginas de sus Libros.

jueves, 19 de abril de 2012

¿Por qué no?

Entre tener tu manuscrito en un cajón y que amigos y familia puedan disfrutar de su lectura hay muchas diferencias, unas más sutiles que otras. Para mí, la más significativa fue la de saberme leído, a secas; y a húmedas, precisamente por la gente que más me importa, por aquellos en cuyo criterio más confío y cuyas palabras me alientan, soportan, orientan y calman.
Pensándolo bien, pocas de esas diferencias son sutiles, porque no lo es implicarse en la maquetación y en el proceso de impresión, como tampoco lo es asumir que la confianza en el texto propio es un valor que necesariamente ha de tener el autor y que, pocas veces, un porcentaje ridículo en realidad, proviene de terceros desconocidos.
Nada sutil es tampoco embolsarse el beneficio, por modesto que sea, íntegro y desde el primer ejemplar vendido; ni, por supuesto, la sensación de libertad y autosuficiencia que se alcanza cuando uno pone la primera palabra de su novela y poco o mucho después vende el último ejemplar de la primera tirada, sin más intermediarios que su propio tiempo y esfuerzo, y la comprensión y entrega de sus más allegados.
Desde luego, no hace falta arrostrar todo solo. Hay fórmulas intermedias delegando alguna que otra fase del proceso en, por ejemplo, maquetadores o correctores profesionales: no hay nada malo en ello.
Pero un servidor nunca lo hizo y por eso este blog abordará todas las fases del proceso de autoedición desde la propia experiencia, con sus aciertos y sus errores.
Espero sinceramente que sirva de ayuda o, al menos, apoyo emocional a tantos escritores que, como yo, tienen cada vez más dudas. Dudas sobre que exista realmente una vía transitable hasta un contrato editorial, sobre si merece la pena pagar el precio de ese viaje, sobre si el talento es moneda de curso legal en los terrenos que transita, o son otras.
¿Por qué editoriales no? Porque no, a priori. Porque hay otras formas de que nuestras historias vean la luz, sean leídas, valoradas, perduren y disfrutemos con ello a la vez que se nos hace justicia.
Después, con el tiempo, si quieren ofrecernos algo aquí estaremos, que los artistas no somos rencorosos...
Esher: Peces y escamas